Muchas
son las ocasiones en las que somos conscientes de los regalos que recibimos
desde distintas fuentes. Obsequios que nos hace la Vida, los demás, personas
que queremos, que conocemos o incluso completos desconocidos. Los aceptamos,
damos gracias e intentamos corresponder a ellos, actuar en consecuencia, con
generosidad, frente al regalo, al don que hemos recibido.
También,
la mayor parte de nosotros, somos conscientes de haber recibido premios, sobre
todo en la infancia. Determinadas actuaciones como hacer los deberes, obedecer,
apuntarnos a aquello que se esperaba de nosotros, “portarnos bien”, tenía una
recompensa, una gratificación.
Muchos de
nosotros habitualmente regalamos a los demás y puede que también estemos habituados a dar premios a otros dentro del
entorno familiar, educativo o laboral, en cambio nos quedamos parados e incluso
sorprendidos cuando hablamos de obsequiarnos, de hacernos regalos a nosotros
mismos. Como si no lo mereciéramos, como si fuera algo muy difícil de llevar a
cabo.
Creo que
es muy importante que una persona se quiera a si misma, se cuide y en
consecuencia, que se mime, se premie, se tenga en cuenta. Muchos entienden esto
como el hecho de ir a una tienda, una pastelería, una peluquería y comprarse
algo, hacerse alguna cosa, y aducen que eso es algo que no puede hacerse cada
día, que hay que reservarlo para situaciones extraordinarias. En mi opinión la
cosa es más sencilla. Tenemos infinitas ocasiones de regalarnos cada día,
incluso sin cambiar en absoluto nuestras actividades habituales. El secreto está
en cambiar la intención en lo que hacemos. No actuar por costumbre, o por necesidad,
sino hacerlo como un premio que nos hemos ganado como algo que nos concedemos
porque lo merecemos.
Por Luis Hernández
Bolg de Luis: Hablando de La Medicina del Alma
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