16 de enero de 2013

Regalarnos, darnos premios

Muchas son las ocasiones en las que somos conscientes de los regalos que recibimos desde distintas fuentes. Obsequios que nos hace la Vida, los demás, personas que queremos, que conocemos o incluso completos desconocidos. Los aceptamos, damos gracias e intentamos corresponder a ellos, actuar en consecuencia, con generosidad, frente al regalo, al don que hemos recibido.
También, la mayor parte de nosotros, somos conscientes de haber recibido premios, sobre todo en la infancia. Determinadas actuaciones como hacer los deberes, obedecer, apuntarnos a aquello que se esperaba de nosotros, “portarnos bien”, tenía una recompensa, una gratificación.
Muchos de nosotros habitualmente regalamos a los demás y puede que también estemos  habituados a dar premios a otros dentro del entorno familiar, educativo o laboral, en cambio nos quedamos parados e incluso sorprendidos cuando hablamos de obsequiarnos, de hacernos regalos a nosotros mismos. Como si no lo mereciéramos, como si fuera algo muy difícil de llevar a cabo.
Creo que es muy importante que una persona se quiera a si misma, se cuide y en consecuencia, que se mime, se premie, se tenga en cuenta. Muchos entienden esto como el hecho de ir a una tienda, una pastelería, una peluquería y comprarse algo, hacerse alguna cosa, y aducen que eso es algo que no puede hacerse cada día, que hay que reservarlo para situaciones extraordinarias. En mi opinión la cosa es más sencilla. Tenemos infinitas ocasiones de regalarnos cada día, incluso sin cambiar en absoluto nuestras actividades habituales. El secreto está en cambiar la intención en lo que hacemos. No actuar por costumbre, o por necesidad, sino hacerlo como un premio que nos hemos ganado como algo que nos concedemos porque lo merecemos. 
Saldremos igual de limpios de la ducha, o nos levantaremos igual de llenos de una mesa, por ejemplo, si lo hacemos por la necesidad de estar limpios o de alimentarnos que si lo hacemos porque nos encanta el contacto del agua caliente mientras nos masajea la piel o el sabor de ese plato hecho con tanto cuidado y cariño, porque es un premio, un regalo, que nos hemos ganado, que queremos hacernos. El resultado físico, tal vez, sea el mismo, pero en absoluto lo será a nivel energético, a nivel emocional.

Por Luis Hernández

Bolg de Luis: Hablando de La Medicina del Alma

 

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