11 de marzo de 2011

La ira. La rabia

En nuestra última reunión fueron estos los últimos temas que nos propusimos para reflexionar, tal ves como si fueran dos cosas semejantes, dos actitudes que fueran siempre de la mano y, en mi opinión, esto es algo que dista mucho de ser verdad.

La ira la veo como una emoción muy ligada al tiempo, al ahora. Es un impulso que hace que nos perdamos a nosotros mismos en un momento en el que, justamente, el ego busca más su reafirmación, en el que pretende defenderse, atacando, o imponerse a los demás.

En el tiempo de la ira olvidamos la razón, las creencias y los sentimientos. Solo existimos nosotros, solo nuestro yo es importante, olvidándonos, completamente, que solo tenemos sentido integrados en todo, que todos somos uno siempre y en todo momento; que el otro al que estamos agrediendo, chillando, insultando no somos más que nosotros mismos; que ese otro, esa imagen que vemos y no nos gusta es la nuestra; que nos hemos ido del centro, del equilibrio, del no hacer con el deseo, con la pretensión de forzar el Universo a nuestros deseos.
El ataque de ira no es sino la señal externa de una sensación de impotencia extrema, aunque puntual, para alinearnos con la vida, de una negación de ese Universo favorable en el que nos movemos; es un signo de que nos sobra ego y nos falta silencio, de que estamos fuera de nosotros mismos que nos sentimos muy débiles y perdidos, desalineados, y queremos disimularlo con la máscara de la fuerza y el dominio. Un hombre iracundo no es sino un niño que se siente con miedo, perdido y solo.

Si hemos dicho que la ira corresponde a un momento la rabia, en cambio, corresponde a una actitud, a una forma de entender la existencia, de enfrentarse a la Vida, de luchar contra ella en lugar de vivir con ella.

La rabia es incompatible con la idea de un Universo amistoso, con la creencia de una Vida con un propósito definido y en la que hemos venido a triunfar siempre. El rabioso está convencido de que todo está confabulado contra él, que todo es injusto y que él no está recibiendo lo que merece, eso genera un sentimiento de frustración profunda y de rebelión que le hace ponerse de espaldas a la vida de empeñarse en navegar contra el viento lo que no va a generar sino más insatisfacción y, en consecuencia más rabia contra todo y contra todos.

La rabia no es sino la manifestación de un ego que sintiéndose pequeño, inferior a los demás, se cree con derecho a estar por encima de todos; de un ego que cerrando los ojos al hecho de que ya es, de que todos somos siempre y en todo momento, el centro del Universo quiere ser el centro de atención de todos; de un ego que en lugar de aceptar sus retos o su desidia para enfrentarse a ellos prefiere culpar a os demás de ello; que prefiere sentirse mártir a creador y responsable de su existencia.